EL BABEO MONÁRQUICO

El décimo aniversario de la coronación de Felipe uve palito, el preparao, en opinión del sátrapa emérito, ha servido para evidenciar que nada o poco se ha cambiado en eso del vasallaje, al pretender resaltar algo tan común como que unas hijas agradezcan públicamente a sus progenitores la buena y despreocupada vida, en todos los sentidos, que tienen y van a tener por el dudoso mérito de haber nacido en ese seno familiar. Eso sí, si ellas mismas no lo estropean. En el linaje y estirpe borbónica está lo de estropearlo, llegado el caso.

Lo más insólito del caso, que es igualmente de resaltar, que eso que los abraza farolas de turno y palmeros de ocasión en su babeo monárquico han pretendido tildar como discurso sorpresa de apenas de una treintena palabras, la heredera y su hermana lo tuvieron que leer. Al parecer el esfuerzo intelectual lo merecía para no estropear la ocasión.
Por otra parte, calificar a una locución de apenas treinta palabras como discurso, como así ha sido calificado por los medios monárquicos babeantes, es tan hiperbólico, como hiperbólico es pretender calificarlo como sorpresivo y espontáneo.

El babeo mediático ante lo que se ha querido interpretar como un hecho insólito de saltarse el supuesto protocolo para dar gracias a sus padres ha llegado al paroxismo en las líneas editoriales de todos los medios de comunicación, ya sean de reconocido gusto monárquico o no.
Tampoco se puede obviar el babeo institucional, que no ha escatimado esfuerzos para valorar la supuesta anécdota, queriéndola ejemplarizar como signos evidentes de una nueva monarquía y moderna.

No hay nada extraordinario que quienes no van a sufrir ni padecer nada de lo que sufren o van a sufrir millones de jóvenes de su misma generación, agradezcan esa circunstancia a sus progenitores.  Tampoco hay méritos en esos padres que les otorgan esa circunstancia inusual para el común de los jóvenes actuales.

Para méritos los de esos padres que han tenido que renunciar a gran parte de su calidad de vida para procurarle la formación académica necesaria para que sus hijos e hijas tengan al menos una mejor expectativa laboral que las suyas. Y decimos bien «expectativa» porque pocos jóvenes tienen asegurada la salida laboral y profesional que le confiera una mejor calidad de vida que la de sus padres.

Por eso, hubiese sido más lógico que las gracias se las hubiesen dado al pueblo español, que a pesar de algunos sonoros escándalos en el seno que desacreditaría a cualquier familiar para ostentar por el linaje la mayor representación institucional del Estado, sustentan con sus impuestos la vida regalada de sus padres y las que ellas van a disfrutar por el mero hecho de ser sus hijas, y manifestar públicamente el agradecimiento de no haber permitido que las andanzas de su abuelo y alguna de sus tías y primos lo estropeara por la cuenta que las trae.

Pero no, solo se pudo escuchar un agradecimiento a papá rey y a mamá reina, y pedir un brindis por ello antes que dar cuenta del menú para la ocasión compuesto de terciopelo de remolacha con briznas de tomate y bogavante, bonito en escabeche, al vinagre balsámico de moscatel con algas frescas y milhojas de chocolate con turrón de Jijona, todo ello regado con vinos blanco, tinto y cava.

Un menú nada extraordinario, según para quien, como tampoco fue extraordinario supuestamente saltarse el protocolo para decir lo más parecido a “Mamá, papá, sois unos campeones”.

Puño en Alto


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