Tras el preocupante trampantojo de que hay que gobernar para todos, se esconde una realidad aún más inquietante, si cabe, que es la de gobernar para no molestar, lo que en la práctica supone la renuncia a cambiar el orden de cosas, aquellas que se decía que había que cambiar.
De la misma manera que no se puede engañar a todo el mundo todo el tiempo, llegará un momento en el que ni se podrá gobernar para todos ni se podrá no molestar a todos, pero no porque no se pretenda sino porque ante esa debilidad las demandas serán tantas que no se podrán satisfacer. Entonces, ya no serán útiles y esos colectivos dentro y fuera del consistorio, que no se cansan de demandar atención y exigir el mantenimiento de sus privilegios acudirán a los referentes naturales y repudiaran sin ambages la copia, y los que creyeron que se iba a cambiar algo el orden de las cosas al respecto en cumplimiento de lo prometido harán lo propio al sentirse defraudados.
Cuesta trabajo encontrar un avance significativo y, por contra, no resulta difícil encontrar similitudes con lo pretérito sufrido durante tantos años en forma como en el fondo.
Ha pasado un año, tiempo suficiente para que cada cual se hiciera con el cargo municipal que ostenta y en conjunto se emprendiese, lo más importante, el camino del desarrollo del modelo de ciudad que se quiere para Sanlúcar. No se sabe si es por incompetencia o porque aquel modelo solo estuvo en negro sobre blanco o en la imaginación de unos pocos.
El laicismo en las administraciones públicas y la religión en las iglesias fue un principio que se creyó irrenunciable, ahora se cuida y mima institucionalmente con la justificación del citado trampantojo. No son cuestiones vitales para la ciudad, por supuesto que no, pero no queda estético ahora ni coherente con aquello que se defendía y criticaba con razón.
Sanlúcar será, si nadie lo evita con medidas valientes, una ciudad turística al uso en la que unos pocos se benefician y la mayoría padecerán las consecuencias. Los pisos turísticos proliferarán, y la Gerencia de Urbanismo hace caso omiso a limitar dicha oferta turística, Prueba de ello, es el cada vez mayor número de locales comerciales convertidos en este tipo de viviendas.
Se disuelva o no dicha gerencia, todo parece a que no, si las políticas en materia urbanística están en manos de quienes están, poca esperanza para un cambio de paradigma habrá en la ciudad en esta materia.
De aquel nuevo PGOU que era tan necesario para definir el modelo de ciudad del futuro próximo, nada se sabe. Del traslado de la feria, más allá de las declaraciones, nada de nada. Tampoco se han dado pasos decisivos al traslado de la depuradora ni en la búsqueda de alternativas viables a los aliviaderos. Una depuradora que milagrosamente ya no contamina por tierra, mar y aire. Ni que decir cabe que seguimos sin saber si el tanque de tormenta funciona o no.
Aquel sistema tributario local injusto sigue siendo injusto porque no se ha modificado y tampoco parece que vaya a dejar de serlo para dar paso a ese otro progresivo bajo el principio de quien más gane y más tenga, pague más impuestos. El abusivo IBI ya no es tanto y las tasas municipales milagrosamente han dejado de tener un indisimulable afán recaudatorio.
Los presupuestos municipales, algo tan necesario, siguen sin aprobarse a pesar de la mayoría absoluta que goza el equipo de gobierno. Nadie da razón de los motivos reales. Uno, mirando para otro sitio tranquilamente y otros sin atreverse a señalar a los responsables de que no se aprueben. Uno culpa al otro, el otro culpa al uno y la casa sin barrer, nunca mejor dicho.
Los servicios municipales, en general, siguen bajo mínimo y aquellos que están externalizados o concesionados, sean esenciales o no, seguirán externalizados sin vuelta atrás. La falta de limpieza generalizada sigue generalizada a pesar de los esfuerzos acometidos para ello. No se puede redundar en más de lo mismo si ese más de lo mismo no funciona o no da los resultados esperados.
En general se acude a paliar los síntomas y no al problema de fondo.
La plantilla municipal envejece sin que se repongan las bajas por jubilación y aquellos colectivos de dicha plantilla que solo buscan su beneficio crematísitico seguirán chantajeando sine die. Los efectos de aquella RPT, ya saben cuáles fueron, más Capítulo I sin que tenga ningún beneficio en el servicio municipal que se presta.
La participación ciudadana, esa pieza fundamental de la democracia local, ya no es tal y los órganos que la determinan se sustituyen por las correspondientes mesas camillas.
Aquel circo y pandereta sigue existiendo, ahora menos circo que pandereta y una asombrosa sumisión al “capillismo”, pero al fin al cabo, elementos de distracción de otros problemas más importantes.
Es cierto que gobernar junto a quienes son responsables de las carencias que presenta la ciudad en todos los sentidos y quienes son igualmente responsables del todo vale instalado en el acervo colectivo y del persistente clientelismo no debe ser fácil. Nadie debió creer que iba a ser fácil. Pero esas dificultades no deberían ser óbices para permitirles que día si y día también vayan blanqueando el despropósito de su gestión de 14 años al frente de la alcaldía y se dediquen sin complejos a poner trabas en cuanto pueden y están pudiendo demasiadas veces. Probablemente, no se explica porque no tenga explicación, más allá de la timorata actitud de no querer poner en riesgo lo ganado o un muy malentendido concepto de lealtad con el desleal.
En gran medida, el problema larvado por demasiados años en Sanlúcar se encuentra aún y muy plácidamente en el equipo de gobierno local y algunos y algunas lo llaman compañeros/as y hasta es merecedor de abrazos físicos de solidaridad, a pesar de que, con socios de gobierno como estos, no hace falta enemigos. Ahora bien, siempre es más fácil y cómodo buscar chivos espiratorios tan cerca como lejanos en los que volcar culpas y responsabilidades, así como, denunciar campañas de desprestigio. Es tentador eso de culpar al entorno cuando no se tiene los resultados que se desea, es más fácil responsabilizar a otros de los males que asumir la responsabilidad.
El año de legislatura bien se podría resumir como que unos van corriendo como pollos sin cabeza intentando apagar los fuegos con lo que puede, mientras otros están en no querer acabar con los problemas y sí con la competencia.
Son tres, los años que quedan, tiempo hay para desandar algo lo andado y enderezar lo torcido si hay voluntad para ello, si no antes alguien pulsa el botón de la voladura. Ante esta posibilidad, ya muy posible de concretarse, hay quien, al parecer, no tiene resuelto lo de ser víctima o victimario.
Puño en Alto